Quizá olvidemos lo "más importante". Sin duda, ante las "pruebas" y los
tropiezos de nuestra peregrinación nos preguntamos ¡tantas veces! por la
fecundidad y el valor de nuestras acciones. Entonces nos interrogamos
acerca de ellas y, sobre todo, cuáles sean y cuál su lugar. Arriban las
dudas y las apuestas: esto es mejor o peor que aquello; aguardábamos
mejores oportunidades (que nunca llegan) o reconocimientos siempre
insuficientes... Pero ¿en qué termina todo eso? ¿Qué es lo que en verdad
vale y más allá de los caprichosos aplausos de la multitud, cuando la
hay? En efecto, volvemos a la vida oculta, que es la realidad. Allí
germina otra cosa, otra cosa se da. Allí aparece fecunda, en verdad, la
lucha de Antonio en el Desierto. Es la "hora" que el Señor nos llama a
velar con Él. Las acciones verdaderas son, precisamente, las que más nos
acercan y asemejan al Salvador, y que -generalmente- no son elegidas.
Esas que nos parecen desprovistas de todo valor y de toda "vistosidad",
esas que... "pasan todos lo días" y "a cada rato", a las cuales no damos
demasiada importancia. Esas son las "obras mayores". Y no es cuestión
de "demostrar nada". Entremos en el gran desierto, en el Huerto de los
Olivos, y dejemos que Él nos lleve a "ese" lugar... Más allá del
espacio, más allá del tiempo de los relojes y de los almanaques...