jueves, 28 de mayo de 2009

EL MONJE, NUEVO ADÁN



El trabajo de los monjes es el mismo que el de Adán al principio, antes de su pecado, cuando estaba revestido de gloria y conversaba familiarmente con Dios y habitaba aquel lugar donde toda bienandanza tiene su asiento. ¿Es que le van, en efecto, a la zaga los monjes a Adán cuando, antes de su desobediencia, fue puesto por Dios para cultivar el paraíso? Ninguna preocupación mundana atormentaba a Adán, y ninguna atormentaba a los monjes. Con pura conciencia conversaba Adán con Dios, y con pura conciencia conversan con él los monjes. O, por mejor decir, tanto mayor es la confianza que estos tienen con Dios cuanto es mayor la gracia que les suministra el Espíritu Santo.

San Juan Crisóstomo, In Matth. Hom. 68,3

lunes, 25 de mayo de 2009

"Los monjes, esos inútiles"


"No, no son los bellos monasterios, ni los monjes eruditos, los que dan sentido a la vida monástica. La vida monástica, humanamente hablando, no tiene sentído. Quien no la comprenda, merece que se haga con él aquello que recomienda Stendhal cuando dice que, si alguien dice que no le ve interés a una bella pintura, no hay más que una solución: hablar con él de otra cosa; cambiar de conversación."

Agustín Altisent, monje cisterciense.

SANTIDAD








“Conténtate de no ser todavía santo, aunque te percates de que la única cosa por la cual vale la pena vivir es la santidad. Así estarás satisfecho dejando que Dios te guíe hacia la santidad por caminos que no puedes comprender. Pasarás por una oscuridad en que ya no te preocuparás por ti mismo ni te compararás con los demás. Los que han seguido este camino hallaron finalmente que la santidad está en todo y que Dios los rodea por todas partes. Después de abandonar todo deseo de competir con los demás, se despiertan de pronto y descubren que el gozo de Dios está en todas partes y pueden regocijarse por las virtudes y bondad de su prójimo más que no habrían podido hacerlo por las suyas propias. Están tan deslumbrados por el reflejo de Dios en las almas de los hombres con quienes viven, que ya son incapaces de condenar lo que ven en el otro. Aun en los mayores pecados pueden ellos ver bondad y virtudes que nadie más puede ver. En cuanto a sí mismos, si todavía se consideran, ya no se atreven a compararse con otros. Esa idea se hizo ya impensable. Pero ya no es fuente de gran sufrimiento y lamentación: han alcanzado finalmente un punto en que dan su propia insignificancia por supuesta y ya no se interesan en sí mismos”.

Thomas Merton

viernes, 22 de mayo de 2009

ORAR


Orar es un acto simple de colocación ante la presencia de lo Sagrado. Más...

Anónimo

sábado, 16 de mayo de 2009

TRABAJO



El monje toma notas en el campo no para calcular sus ganancias sino para investigar la forma de parar su incesante trabajar. Sin embargo, hay que resaltarlo: está en el campo y toma notas en un simple cuaderno para escribir ideas. En medio del resoplido de la locomotora irrumpe con su domingo. Es el anuncio que en él o ella se hace memorial. Su tarea es hacer que en sí mismo la humanidad descanse por una vez. Es siempre un ser humano que se calló por la ventana de niño y quedó inválido o se volvió loco, alguien incapacitado para… trabajar. No puede ser cómplice del crimen y por eso no le queda otra que la poesía, sin olvidar, claro, que «un poeta es la cosa menos poética del mundo.» (Keats)

Dividir la jornada diaria



La jornada de los monjes está dividida en tres periodos de ocho horas: uno para rezar, uno para descansar y otro para trabajar. El trabajo intenso persigue un triple objetivo: asegurar su sustento, ayudar a sus compañeros, y evitar los malos pensamientos que acechan la conciencia humana especialmente cuando se está ocioso.

viernes, 1 de mayo de 2009

LA RENUNCIA PERMANENTE




Podríamos situar nuestras celdas a orillas del Nilo, para tener el agua junto a nuestra puerta. Nos ahorraríamos así la fatiga de tener que transportarla sobre nuestros hombros a lo largo de cuatro millas. Ni se nos ocultan tampoco que en nuestro país existen lugares amenos donde la abundancia de los frutos, la belleza y feracidad de los huertos, nos proporcionarían, con el mínimo esfuerzo, lo necesario para nuestro sustento… Pero hemos despreciado y estimado en nada estas comodidades con todos los placeres del mundo y puesto nuestra afición en la aridez de este desierto. Preferimos a todos los deleites la pavorosa desnudez de esta soledad. Pues no vamos tras el lucro pasajero de este mundo, sino en pos de lo único que es eterno: los bienes del espíritu. Porque es bien poca cosa para el monje haber renunciado una vez, es decir, haber despreciado los bienes caducos en el principio de su conversión, si no sigue renunciando a ellos todos los días.

Casiano, Colationes 24,2.