viernes, 1 de mayo de 2009
LA RENUNCIA PERMANENTE
Podríamos situar nuestras celdas a orillas del Nilo, para tener el agua junto a nuestra puerta. Nos ahorraríamos así la fatiga de tener que transportarla sobre nuestros hombros a lo largo de cuatro millas. Ni se nos ocultan tampoco que en nuestro país existen lugares amenos donde la abundancia de los frutos, la belleza y feracidad de los huertos, nos proporcionarían, con el mínimo esfuerzo, lo necesario para nuestro sustento… Pero hemos despreciado y estimado en nada estas comodidades con todos los placeres del mundo y puesto nuestra afición en la aridez de este desierto. Preferimos a todos los deleites la pavorosa desnudez de esta soledad. Pues no vamos tras el lucro pasajero de este mundo, sino en pos de lo único que es eterno: los bienes del espíritu. Porque es bien poca cosa para el monje haber renunciado una vez, es decir, haber despreciado los bienes caducos en el principio de su conversión, si no sigue renunciando a ellos todos los días.
Casiano, Colationes 24,2.
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