Hijo mío, no condenes a ningún hombre, si ves que alguno es alabado, no digas: "Este ya ha recibido su recompensa." Cuídate de este pensamiento pues es muy malvado. Dios no ama a quien se alaba a sí mismo y odia a su hermano. Pues quien se dice a sí mismo: "yo soy," cuando no es nadie, se engaña a sí mismo (Ga 6:3). ¿Quién podrá ayudarlo si es orgulloso, si se presenta del mismo modo en que se presenta Dios diciendo: Nadie es como yo (Ex 9:14)? Oirá en seguida su propio reproche: Descenderás a los infiernos, serás arrojado con los muertos, debajo tuyo estará la podredumbre, te cubrirán los gusanos (Is 14:ll-19). En cuanto al hombre que ha adquirido la humildad, se juzga solo a sí mismo, diciendo: "Mis pecados sobrepasan los de los demás," no juzga a nadie, no condena a nadie. ¿Quién eres tú para juzgar a un siervo que no es tuyo? Al que esta caído, en efecto, su Señor tiene el poder de hacerlo levantar (Rm 14:4). Vigila sobre ti mismo, hijo mío, no condenes a ningún hombre, gusta de todas las virtudes y custódialas.
Catecismo de San Pacomio
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