viernes, 21 de noviembre de 2008

EL ICONO


El icono oriental, gracias a las reglas teológicas impuestas, ofrece el máximo de fidelidad bíblica y de objetividad eclesial. La estructura del dibujo, los colores profundos; los oros confieren ese reflejo de la encarnación y de la escatología indispensable en la auténtica imagen litúrgica. El icono plano, por otra parte, evita al máximo un cierto “humanismo” que la estatua sustenta a menudo en la piedad (2). Una vida interior alimentada por la Palabra de Dios, con la ayuda de iconos litúrgicos auténticos, no corre el riesgo de desviarse en la sensiblería o la cursilería sulpiciana. Aquí Occidente no ha sido a menudo lo bastante vigilante en su tolerancia de las imágenes como “biblia de los sencillos”. Está insuficientemente situado en un plano teológico para acoger la imagen como consecuencia de la encarnación y de la escatología, en vez de tolerarla a causa de las masas que necesitan de ellas. En los periodos de purificación se suprime entonces las estatuas o se las relega en las capillas. No se tiene como en la ortodoxia un criterio que permita evitar la dulía sensiblona y cursi de innumerables estatuas de azúcar, como igualmente el ardor iconoclasta de periodos de purificación que no desean más que el dibujo de trazo y los perfiles de alambre.

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