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Para conmoverse por los sufrimientos del prójimo hay que triunfar sobre el amor propio y mandar en sus propias pasiones. Y el corazón misericordioso que tiene piedad de la debilidad, y que tiene la generosidad de acudir, gozará de una paz estable, de una calma sin nubes, a la manera de una participaciónen la inmutabilidad divina.
Don A. Guillerand, Cartujo.
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